6/11/09

Naturaleza muerta


Lecheras. 2002. 30x61cm.

Contraluz. 2002. 61x61cm.
 
Copas de Champagne. Taza de cristal.. 2002. 17x35cm.

Introducción al entendimiento (II)

1. Relaciones no homosexuales entre personas del mismo sexo.
    No podemos utilizar los términos "lesbiana" o "gay", "homosexual" y "heterosexual", como si fueran de referencia o significado universal.
    Debemos dejar de pensar en la civilización griega como “chuequilandia”. Por más que nos guste soñar, no se trataba de un paraíso gay pues, entre otras cosas, no existían los gays. Ni siquiera la Santa Inquisición (con toda la maldad que rebosaba en nombre de un Dios misericordioso –paradojas de la vida-) persiguió la homosexualidad, pues simplemente no podía perseguir aquello que no existía. La homosexualidad, tal cual hoy la pensamos, no existió en otras sociedades.
    Durante la Edad Media, las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo se consideraban acciones pecaminosas que cualquiera, potencialmente, podía realizar, y no existía una categoría de personas especialmente inclinadas a ello. Las relaciones entre personas del mismo sexo eran vistas como peligros para la familia en tanto unidad de producción.
    La sodomía hace referencia a los actos sexuales con personas del mismo sexo, pero no a individuos con identidad homosexual o que exclusivamente practican actividad sexual con otro individuo del mismo sexo. El mundo de la sodomía no estaba pues alejando del mundo de la norma (heterosexual), no era algo diferente sino más bien un complemento de ésta.
    La sodomía “era una forma de comportamiento salvaje en relación al sexo, una capacidad que todos compartían… No era una sexualidad en sí misma, sino que existía como un potencial de confusión y desorden en una sexualidad indivisa” (1). En tanto la sodomía tenía estas características era objeto de denuncias horrorosas, pero no por su distancia del comportamiento que hoy denominaríamos heterosexual, sino de la misma manera en que se castigaría cualquier tipo de actividad sexual no reproductiva (la masturbación, la satisfacción sexual de un hombre al abrazar a una mujer,…). "La barrera entre el comportamiento heterosexual y homosexual... en la práctica era vaga e imprecisa" (2) . La sodomía aparece pues como un "pecado de la carne", junto con los delitos contra la castidad tales como el incesto y el adulterio: "...el hombre casado que haya tenido este tipo de desviación una o dos veces, cumplirá diez años de penitencia, el primero a pan y agua; si se ha convertido en costumbre, doce años; si ha sido cometido con el hermano, quince años" (3).
    Cualquier persona podía cometer este pecado, no existían individuos con determinada personalidad especialmente proclives a este deseo en particular. Esto implica que las relaciones entre personas del mismo sexo no se ven como conductas que tienen consecuencias en la vida del individuo en general, más allá de lo sexual. La actividad sexual, era una actividad pecaminosa, pero se hallaba desvinculada del resto de la actividad humana, no la determinaba.

2. Surgimiento de la homosexualidad
    Desde el siglo XVIII se insinúa un cambio en cuanto a como se pensaran los comportamientos sexuales no reproductivos. “Se le estaba quitando a la sodomía el estrecho corsé teológico-moral en el que había sido encerrada… lo que no significó ni una nueva comprensión del fenómeno en términos más liberales, ni el anuncio del final de la represión: la sodomía fue simplemente integrada de otra manera, más fina y diferenciada, en el discurso de los poderes sobre el sexo" (4) .
    Hacia mediados del siglo XIX, cuando la medicina, la psiquiatría y la psicología empiezan a constituirse como disciplinas independientes que cobran fuerza en detrimiento de otros saberes y disciplinas, se produce una categorización de los comportamientos sexuales en la cual todos los comportamientos no-reproductivos son vistos como problemas físicos o mentales y ya no serán pecados como lo habían sido hasta entonces.
    Se establece una asociación entre conducta sexual y conducta no sexual -donde la primera determina a la segunda-. Todas las caracterizaciones que se establecieron de las conductas sexuales mostraban un tipo particular de relación entre la sexualidad y el resto de la vida del individuo. Tal conducta "desviada" tendría tales consecuencias comportamentales, también "desviadas", y tales consecuencias sociales: "... lo que el individuo hacía ahora (cuando practicaba una conducta sexual "desviada") era algo más que infringir las leyes divinas; también determinaba qué tipo de individuo era. El deseo era una fuerza poderosa, existente antes del individuo, capaz de destrozar su débil organismo con fantasías y distracciones que amenazaban su individualidad y su sano juicio. De ahí nació una fuerte tradición de ver en los inocuos goces de la masturbación la causa de defectos de carácter que iban desde la debilidad mental y la homosexualidad, a la pereza e incompetencia financiera, y, por lo tanto, al desorden social." (5)
    Esta determinación de la vida del ser humano por su conducta sexual se manifestaba en cada una de las conductas "aberrantes". La homosexualidad no constituyó una excepción:
    "La sodomía -la de los antiguos derechos civil y canónico- era un tipo de actos prohibidos; el autor no era más que un sujeto jurídico. El homosexual del siglo XIX ha llegado a ser un personaje: un pasado, una historia y una infancia, un carácter, una forma de vida; asimismo una morfología con una anatomía indiscreta y quizás misteriosa fisiología. Nada de lo que el es escapa a su sexualidad. Está presente en todo su ser: subyace en todas sus conductas puesto que constituye un principio insidioso e indefinidamente activo; inscrita sin pudor en su rostro y su cuerpo porque consiste en un secreto que siempre se traiciona. Le es consustancial, menos como un pecado en materia de costumbres que como una naturaleza singular.[...] El sodomita era un relapso, el homosexual es ahora una especie.” (6)

3. Y entonces llegó el género.
    Hasta el siglo XVII existía un sólo sexo, el masculino, con una variable débil y decadente que se asociaría a la feminidad. Esta certeza era fruto de los estudios médicos de la época que creían en la existencia de una especie de órgano sexual universal que se representaba en forma U (derivando en masculino si estaba para afuera y en femenino si se encontraba hacia adentro). "Hasta entonces, el criterio que determinaba la feminidad o la masculinidad de una persona era la capacidad reproductiva y no se consideraba importante la morfología de los genitales" (7).
    No existe un concepto moderno del sexo hasta que en el siglo XVIII la representación médica de la anatomía sexual produce la diferencia sexual entre el hombre y la mujer, de forma que la mujer, que hasta entonces no existía sino en relación con el hombre (como una ‘copia imperfecta’del mismo) adquiere a través del sexo una identidad propia.
    Los psicoanalistas y psiquiatras, necesitaban no obstante un nuevo término para diferenciar el sexo físico del sexo psicológico: “Género es un término que tiene connotaciones psicológicas y culturales más que biológicas; si los términos adecuados para el sexo son varón y hembra, los correspondientes al género son masculino y femenino y estos últimos pueden ser bastante independientes del sexo biológico.” (8)  El género surge, por tanto, al igual que el sexo, como una categoría dual, que sólo incluye hombres y mujeres.
    Posteriormente el término género adquirirá un carácter sociológico con implicaciones muy diferentes al significado psicológico, llamando la atención sobre los aspectos socialmente construidos de las diferencias entre hombre y mujer.
    Si partimos del supuesto que la socialización/educación es la que determina la identidad sexual, podemos entender “el concepto género como los roles y prescripciones asociadas, que las diferentes sociedades y culturas atribuyen a las mujeres y los hombres. Por ello, el sexo es independiente del género y que son la sociedad y la cultura las que lo determinan a través de la educación.” (9)
    A un niño recién nacido no sólo se le clasifica inmediatamente según su sexo (‘es un niño’, ‘es una niña’ es la primera información que tenemos del neonato), sino que también se le asigna un género que va a condicionar su vida futura y va a poner de manifiesto la educación diferenciada que reciben hombres y mujeres. A partir de ahí, “incluso el más banal de los símbolos (la ropa) los diferencia: a las niñas se las viste de rosa (color asociado en nuestra cultura a los afectos) y a los niños de azul (asociado al trabajo)” (10). Son las actitudes de los mayores hacia el bebé las que van formando su identidad de género como un proceso de aprendizaje. Este proceso de socialización (enseñanza y aprendizaje de situaciones que identifican e integran a la gente dentro de los ‘roles’ de género asignados), se da, básicamente, en pequeños grupos como la familia o la escuela, pero los modelos para la socialización son dados por la cultura. Así, mucho de lo que las personas piensan que forma parte de un comportamiento, intrínsecamente, masculino o femenino está histórica, social y culturalmente construido: “los dispositivos institucionales de poder de la modernidad (desde la medicina al sistema educativo, pasando por las instituciones jurídicas o la industria cultural) han trabajado unánimemente en la construcción de un régimen específico de construcción de la diferencia sexual y de género. Un régimen en el que la normalidad (lo natural) estaría representado por lo masculino y lo femenino, mientras otras identidades sexuales (transgéneros, transexuales, discapacitados,...) no serían más que la excepción, el error o el fallo, monstruoso que confirma la regla” (11).
    Tenemos ya pues las convenciones y/o significados con los que el orden social sustenta la identidad humana, ordenada en tres niveles (a base de estereotipos o modelos artificiales para cada uno de ellos) : en primer lugar el que se relaciona con el sexo biológico, más fácil de definir porque se centra en lo estrictamente físico, en los genitales, en nuestras capacidades reproductoras (hombre o mujer) ; en segundo, el que lo hace con el género psicológico y social (masculino o femenino); en tercer lugar, el que se vincula con la orientación del deseo sexual (heterosexual, homosexual, bisexual).
    Generalmente estos tres niveles se identifican y se confunden. Sin embargo, no existe una relación unívoca entre los tres aspectos mencionados.
1. D’Emilio, John. Making Trouble. Essays on gay history, politics, and the University. Laertes. New York and London. 1992. pág. 102.
2. D’Emilio, John. op. cit. pág. 102.
3. Pognon, Edmound. La vida cotidiana en el año 1000. Colección Historia. Ediciones Temas de Hoy. Madrid. 1991. Pág. 147
4. Carrasco, Rafael. Inquisición y Represión sexual en Valencia. Historia de los Sodomitas (1565-1785). Alertes. Barcelona. 1985. Pág. 84.
5. Weeks, Jeffrey. El malestar de la sexualidad. Significados, mitos y sexualidades modernas . Talasa ediciones. Madrid.1993 [orig. 1985]. Pág. 115.
6. Foucault, Michel.. Historia de la sexualidad. Volumen I. Siglo XXI. Buenos Aires. 1977. Pág. 56-57.

7. Preciado, Beatriz. Durante la dirección y participación en el Seminario llevado a cabo en Sevilla sobre: Retóricas del Género / Políticas De Identidad: Performance, Performatividad Y Prótesis. Referencias en www.uia.es/artpen/estetica/estetica01/frame.html.
8. Stoller, Robert. Sex and Gender. New York :Science House. 1968.
9 .Oackley, Ann. La mujer discriminada. Biología y Sociedad. (Traducción de Sex, Gender and Society, 1972) Editorial Debate. Madrid. 1977.

10.Diego, Estrella de. El Andrógino Sexuado. Visor. Madrid. 1992.
11.Preciado, Beatriz. op.cit.

3/11/09

Paul


Paul. 2001. 30x61cm

Paul. 2003. 30x40 cm.

Paul. 2003. 30x40 cm.


Paul. 2003. 51x162 cm.

Introducción al entendimiento.

“Entiendes porque entiendes,
aunque pocos lo entiendan.
Tan simple como respirar.
No entiendes los colores,
el rosa o el azul,
los que lo imponen son tu cruz (…)
Y respetar y comprender
algo tan fácil de entender (…)
Y ya esta bien de confundir,
de no entender, ¡dejad vivir! (…)
Sólo soporte del amor
son nuestros cuerpos.”
TONTXU. Entiendes (Canción incluida en el CD: Se vende).

Yo entiendo, tu entiendes, él entiende, nosotras entendemos, vosotros entendéis, ellas entienden. ¡O no!, ¿quién sabe? Entender o no, ¿es esa es la cuestión? Entender la atracción, el deseo y ¿por qué no el amor?

Reconozco que éste es el término con el que siempre me he sentido más cómodo. Quizás por su propia ambigüedad, quizás por su secretismo (no el secreto como dolor, sino como el placer de pertenecer a una especie de grupo iniciático muy especial) o simplemente porque equivaldría únicamente a un gusto y no a una identidad y, por tanto, como característica o cualidad y no como categoría, puede decir que entiende desde la loca hasta el supergay, del oso al depilado, del católico al amante del fist-fucking, del casado al reivindicativo,…

Todos entendemos, unos de fútbol, otros de geología,… Yo entiendo de hombres (y de pintura, de albañilería,...). Es por eso por lo que no puedo definir mi identidad únicamente por mi deseo erótico-sexual. Soy demasiadas cosas para resumirme-definirme como una sola.

¿Qué si prefiero carne o pescado? Carne, por supuesto, pero también me gustan los caracoles, las patatas fritas,… ¿Por qué necesitamos clasificar? La vida no es blanco o negro, rosa o azul,… Me entristezco al verme reducido a una categoría (homosexual), pero soy consciente que gracias a esta pertenencia a un grupo y a un asociacionismo como grupo, como identidad sexual, he podido contraer matrimonio (con los mismos derechos y deberes que los demás). Resulta extraño saber que si bien nuestra diferencia no es una identidad sino una simple cualidad (desear a alguien del mismo sexo), sin identidad no podría vivir lo que vivo.

Debemos, no obstante, tener cuidado con la categorización de algo tan sencillo como el deseo. Está condenado de antemano a la marginación pues, si bien como grupo social puede conseguir derechos y reconocimientos, fácilmente caerá en la creación de grupos, de guettos aislados, diferenciados de los demás, con sus propias costumbres y normas. Aunque esté tan de moda la multiculturalidad, la sociedad multiétnica, multirreligiosa, etc., creo sinceramente que es un grave error potenciar de este modo la diferencia (diferencia exclusivista).

Yo no soy diferente a los demás, soy bueno y soy malo, soy egoísta y soy generoso, soy todo y soy nada. ¿Que me atraen las personas de mi mismo sexo? ¿Que me gustan las judías con chorizo? ¿Que no me gusta el fútbol? ¿Que me gusta pintar?.... ¿y qué? Son solo gustos, únicamente cualidades que en su conjunto me definen pero que en realidad no son diferencias sino semejanzas (a unos en un caso, a otros en el siguiente,…).

27/9/09

Retratos


David. 1999. 38x49


Rosita. 2001. 60x150



Gaëtan. 2002. 50x61


17/9/09

Miradas desde el dibujo y la fotografía al arte de la belleza clásica.

Instituto Alicantino de Cultura «Juan Gil-Albert».
Casa Bardin, calle San Fernando, 44, de Alicante.
Julio/Octubre 2009.



Exposición con las obras premiadas y seleccionadas en el concurso Miradas desde el dibujo y la fotografía al arte de la belleza clásica, que fue realizado como complemento a los actos paralelos que tendrán lugar en Alicante con motivo de la gran exposición que acogerá el museo arqueológico de la ciudad, el MARQ, perteneciente a la Diputación Provincial, sobre la belleza griega, exposición en la que podrán contemplarse piezas como el discóbolo de Mirón.

Perfil órfico.

Todo comienza con la contemplación de una radiografía digital de huesos propios (nariz). La belleza de este perfil griego en el que se superponían piel, carne y hueso a través de positivos y negativos. Luces y sombras que me devolvieron a un héroe mitológico que investigué en mi época de estudiante.
Orfeo no sólo era un maravilloso cantor que, al son de su citara, amansaba fieras, calmaba tempestades y vencía a las cantoras sirenas. Orfeo es también un chamán (sanador y adivino que desciende a los infiernos para rescatar a su esposa) fundador de misterios en los que se unían dos tendencias enfrentadas: la orgía dionisiaca y la katharsis apolínea.

Me sirvo de Orfeo como referente de fusión de dos corrientes que no son tan antagónicas como en un principio se plantean: el Clasicismo, el arte de Apolo (claridad, simplicidad, racionalidad, armonía, moderación,…) y el Romanticismo, perteneciente a Dionisos (fusión del hombre en la naturaleza, éxtasis, inspiración, interioridad,…).

Ambas se alían y complementan como el día y la noche, como la vida y la muerte.

Perfil griego (Orfeo). 2009. Diptico 70x100cm, c.u.

Arte y genitalidad.

El cuerpo es rico en asociaciones y cuando se convierte en arte, esas asociaciones no se pierden por completo, no pueden quedar ocultas. Es imposible que un desnudo no despierte en el espectador algún vestigio de sentimiento erótico y/o sexual. No podemos evitarlo, mientras exista ropa, mientas halla pudor… también habrá tentación y deseo. El cuerpo humano desnudo es en sí mismo un objeto en el que la vista se detiene con agrado y que nos complace ver representado.

En un desnudo integral masculino, a diferencia del femenino, los genitales son más que visibles y cobran un protagonismo desproporcionado aunque ni siquiera se muestren en erección. El arte occidental nunca ha llegado a una convención satisfactoria sobre el modo de tratarlos. Desde los griegos y el clasicismo, que optaron por reducir su tamaño con relación al cuerpo, los genitales han sido exiliados, desdibujados, o bien han quedado ocultos tras estudiadas poses, zonas de penumbra, estratégicas telas o convencionales hojas de parra,… que solo acentuaban el hecho de ocultar algo, en lugar de conseguir que pasara desapercibido.

Hoy en día los espectáculos de striptease se han normalizado (incluso los masculinos) e Internet ha liberado el impulso exhibicionista de los internautas (especialmente entre los varones). Las imágenes de hombres que voluntariamente muestran su genitalidad hace que cualquier posible impacto, escándalo o trasgresión a través del sexo quede desterrado del panorama artístico actual.

No es necesario mostrar enormes penes erectos para hablar de sexo. La exageración y el escándalo solo contribuyen a mitificar su artificialidad. El sexo no es algo ajeno a nosotros, forma parte de nuestro cuerpo, de nuestra vida. No es algo oscuro y terrible pero tampoco es el centro de nada.

El sexo está en la mirada del observador. No es necesario mostrar genitales para hacerlo presente, pero si es necesario mostrarlos para naturalizarlos.

15/9/09

La belleza del cuerpo.

El cuerpo humano es una imagen social. Las sociedades tradicionales se basan en la idea de un precedente recibido de los padres y de un proyecto a transmitir a los hijos: el presente no existe. El sacrificio o renuncia a la vida en función de lo venidero es la norma. En contraposición, en los sistemas temporales no existe renuncia alguna.

En la sociedad contemporánea ambos sistemas cohabitan en un permanente conflicto. De ahí que el cuerpo pueda ser bien medio o instrumento, bien objetivo o fin. Cuerpo como máquina de hueso y carne, como fuerza productiva obediente y rentable, frente al actual proceso de egotización de la vivencia corporal. Narcisismo controlado por un sistema que lo modela como objeto de consumo en función de unos cánones de juventud y belleza.

Ya no se desprecia el saco de piel que encierra el alma como prisión. Ahora se estira en busca de una eterna juventud. La sumisión del cuerpo se ha transformado en una sumisión al cuerpo, en un ritual de culto, adoración e incluso de transformaciones en busca de la imagen perfecta.

La belleza también responde a un ideario social pero está llena de subjetividades (gusto, agrado, deseo y atracción). La belleza que pinto y muestro va más allá de la edad, la moda, el gimnasio, los anabolizantes y la silicona. Será pues el espectador quien determine o no, en función de sus modelos o preferencias, si este es el buen cuerpo o es el malo, si es demasiado o no lo bastante.

Mostrar cuerpos anoréxicos u obesos para criticar los modelos corporales que marca la sociedad no plantea solución alguna. Son situaciones extremas que critican el exceso, no los modelos. Más interesante resulta exhibir la hermosura de un cuerpo no prototípico. Si llegamos a apreciar la belleza fuera de los cánones actuales de juventud y tallas, estaremos más cerca de la solución.
Internauta 01. 2009. 30x40.

Orfeo (1996).

Orfeo es un título que se ha ido repitiendo en mi trayectoria artística (especialmente en los comienzos) por diferentes motivos.

Inicié una serie de fotografías sobre mí mismo, proyectando una serie de diapositivas sobre mi cuerpo, sobre mi rostro. No había nada prefijado. Se trataba de un juego de duplicidad: modelo y fotógrafo, objeto y sujeto, sujeto y cámara. Me encontraba delante de la cámara y, a la vez, tras ella e iba realizando una serie de fotografías imaginarias que adivinaba, que intuía.

La oscuridad me envuelve. La luz del proyector -cálida y tenue- provoca no obstante una dura sombra sobre la loneta blanca que me sirve de fondo. Descubro mi sombra y con ella mi cuerpo.
La imagen de la diapositiva se deposita sobre mi piel, siento como me tatúa, como recorre las diferentes partes de mi cuerpo. A medida que avanzo, retrocedo, giro,… la imagen se deforma, sigue mis curvas, mi pecho, mi espalda,… Todo mi cuerpo le pertenece. La imagen proyectada es mi dueña. Le pertenezco como el camaleón al espacio que le envuelve y protege.

Abandono la realidad y poco a poco me transformo en imagen. Me dejo llevar, envuelto por la magia y el misterio, apreto el puño contra mi pecho y consigo gritar.
La creación-aceptación del armario conlleva una serie de dualidades enfrentadas e incluso contradictorias. “Macho” de día y “marica” de noche. Dos realidades condenadas a simultanearse en función de cada situación, de cada contexto.
Unidad y fragmentación, ser único y a la vez plural, delante de la cámara y, a la vez, tras ella. Enfrentamiento de imágenes: una imagen social, luminosa, que es proyectada y queda adherida al cuerpo desnudo, enmascarando el deseo prohibido.
Doble imagen hacia el exterior como dualismo de mi mismo ser. Doble imagen hacia el interior como sentimientos contradictorios. La comodidad del armario (que nada cambie) y el deseo de salida, de apertura (que todo cambie).
La soledad y el silencio  frente al placer del secreto.  
"Grito de frustación… grito de placer"
Serie fotográfica de 1996: Orfeo.

14/9/09

Hubert: Mi marido.


Hubert. 2003. 50x160cm.


Hubert (A la sombra del granado). 2006. 105x105cm.


Hubert (Reflexion). 2008. 100x81cm.


Hubert (El albornoz azul). 2008. 195x114cm


Hubert (El albornoz azul II). 2009. 130X195cm.


Hubert (El albornoz azul III). 2009. 100X122cm.


Hubert (El albornoz azul III). 2009. Detalle


Hubert (El albornoz azul III). 2009. Proceso.



Latente. 2003. 61x180cm.




Siesta. 2008. 120x120cm




Uno en dos. 2008. 195X114cm.




Janvier (Ego Je). 2009. 195X114cm.

Homúnculos en hibernación.

Creo que el arte no debe recrearse en sí mismo, como dios supremo y centro de un universo del que ni siquiera participa. No puede olvidarse del hombre que lo contempla. Ha de hablar de él.
Teniendo en cuenta que ya existen suficientes telediarios y programas basura en televisión que se encargan de mostrar cada día las miserias del ser humano… ¿por qué no plasmar las cuestiones de una forma bella y pausada?
Belleza como antídoto a la insensibilidad a la que nos hemos llegado a acostumbrar. Silencio y calma. Generar un intervalo de tiempo ausente, un cambio de ritmo, una pausa frente a las prisas de esta sociedad acelerada en aras del progreso.
Crear un cierto estado de bienestar o relajación previo, nos hace más receptivos a cualquier pregunta. Utilizo pues la pintura figurativa en busca de belleza, equilibrio, armonía, plasticidad,…; pero también me sirvo de su carácter altamente narrativo, lleno de afirmaciones e interrogaciones.
De esta forma, el cuerpo humano, si bien es el protagonista indiscutible de la obra, llenando el lienzo en su totalidad; no deja de ser una excusa, un punto de partida hacia la reflexión.

Los lienzos no corresponden a retratos. No hay interacción directa, no hay mirada. Se trata de no-retratos de cuerpo presente. No, no son cadáveres sino cuerpos reducidos a la hibernación, a un estado letárgico mental. Contrariamente a lo que se suele decir: aquel que no ve lo que tiene delante no está ciego sino aletargado. La ceguera castraría toda posibilidad ver, de despertar. La hibernación no sería más que un tiempo en espera, un estado transitorio de latencia, de no vida. No es necesario morir para resucitar en otro paraíso. Simplemente tenemos que despertar de este sistema artificial llamado realidad.

Un cuerpo que se muestra al desnudo no solo se halla despojado de vestido que lo cubra o adorne. Se muestra descubierto, a la vista de todos, libre de ese artificio llamado identidad. Los lienzos quedan libres del peso de los simulacros y las normas que rigen el artificio social en que vivimos. La carne no sufre los efectos de gravedad alguna. Los cuerpos se disponen cabeza abajo pero no pueden caer; tumbados y suspendidos a la vez. Homúnculos de carne y sexo que, ajenos a las leyes de Newton que gobiernan la sala, quedan encapsulados en su propia ingravidez.

 Cognitio Matutina. 2009. 100x162cm

Cognitio matutina

Cognitio matutina como conocimiento del despertar. Punto de unión entre luz y sombra en el que los sueños dan paso a la conciencia y las necesidades primarias dionisiacas desarrolladas en el durmiente ceden ante el control apolíneo del que despierta.
Lo sublime y lo perverso quedan emparentados, interrelacionados. Se alían y complementan como el día y la noche, como la vida y la muerte. Es el momento en el que el blanco y el negro dejan de ser enemigos. La recortada silueta de la sombra se adhiere al cuerpo como una segunda piel, acompañándolo como elemento integrador de figura y fondo, de veladuras y opacidades. Sombra que envuelve la luminosidad de un cuerpo que llena el lienzo en su totalidad como protagonista indiscutible de la obra. Sombra y piel. Piel y lienzo.
El cuerpo se muestra al desnudo, al descubierto, a la vista de todos, despojado de vestido que lo cubra o adorne. Se libera de ese artificio llamado identidad, disfraz con el que, en función de un papel-guión aprehendido (mejor o peor ensayado), navegamos en ese gran teatro que es la vida en sociedad.
El lienzo queda libre así del peso de los simulacros y las normas que rigen el artificio social en que vivimos. El tiempo se detiene, petrificado en un cuerpo que, suspendido, no puede caer. Homúnculo encapsulado en su propia ingravidez como silencio y calma del despertar.