14/9/09

Homúnculos en hibernación.

Creo que el arte no debe recrearse en sí mismo, como dios supremo y centro de un universo del que ni siquiera participa. No puede olvidarse del hombre que lo contempla. Ha de hablar de él.
Teniendo en cuenta que ya existen suficientes telediarios y programas basura en televisión que se encargan de mostrar cada día las miserias del ser humano… ¿por qué no plasmar las cuestiones de una forma bella y pausada?
Belleza como antídoto a la insensibilidad a la que nos hemos llegado a acostumbrar. Silencio y calma. Generar un intervalo de tiempo ausente, un cambio de ritmo, una pausa frente a las prisas de esta sociedad acelerada en aras del progreso.
Crear un cierto estado de bienestar o relajación previo, nos hace más receptivos a cualquier pregunta. Utilizo pues la pintura figurativa en busca de belleza, equilibrio, armonía, plasticidad,…; pero también me sirvo de su carácter altamente narrativo, lleno de afirmaciones e interrogaciones.
De esta forma, el cuerpo humano, si bien es el protagonista indiscutible de la obra, llenando el lienzo en su totalidad; no deja de ser una excusa, un punto de partida hacia la reflexión.

Los lienzos no corresponden a retratos. No hay interacción directa, no hay mirada. Se trata de no-retratos de cuerpo presente. No, no son cadáveres sino cuerpos reducidos a la hibernación, a un estado letárgico mental. Contrariamente a lo que se suele decir: aquel que no ve lo que tiene delante no está ciego sino aletargado. La ceguera castraría toda posibilidad ver, de despertar. La hibernación no sería más que un tiempo en espera, un estado transitorio de latencia, de no vida. No es necesario morir para resucitar en otro paraíso. Simplemente tenemos que despertar de este sistema artificial llamado realidad.

Un cuerpo que se muestra al desnudo no solo se halla despojado de vestido que lo cubra o adorne. Se muestra descubierto, a la vista de todos, libre de ese artificio llamado identidad. Los lienzos quedan libres del peso de los simulacros y las normas que rigen el artificio social en que vivimos. La carne no sufre los efectos de gravedad alguna. Los cuerpos se disponen cabeza abajo pero no pueden caer; tumbados y suspendidos a la vez. Homúnculos de carne y sexo que, ajenos a las leyes de Newton que gobiernan la sala, quedan encapsulados en su propia ingravidez.

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