No podemos utilizar los términos "lesbiana" o "gay", "homosexual" y "heterosexual", como si fueran de referencia o significado universal.
Debemos dejar de pensar en la civilización griega como “chuequilandia”. Por más que nos guste soñar, no se trataba de un paraíso gay pues, entre otras cosas, no existían los gays. Ni siquiera la Santa Inquisición (con toda la maldad que rebosaba en nombre de un Dios misericordioso –paradojas de la vida-) persiguió la homosexualidad, pues simplemente no podía perseguir aquello que no existía. La homosexualidad, tal cual hoy la pensamos, no existió en otras sociedades.
Durante la Edad Media, las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo se consideraban acciones pecaminosas que cualquiera, potencialmente, podía realizar, y no existía una categoría de personas especialmente inclinadas a ello. Las relaciones entre personas del mismo sexo eran vistas como peligros para la familia en tanto unidad de producción.
La sodomía hace referencia a los actos sexuales con personas del mismo sexo, pero no a individuos con identidad homosexual o que exclusivamente practican actividad sexual con otro individuo del mismo sexo. El mundo de la sodomía no estaba pues alejando del mundo de la norma (heterosexual), no era algo diferente sino más bien un complemento de ésta.
La sodomía “era una forma de comportamiento salvaje en relación al sexo, una capacidad que todos compartían… No era una sexualidad en sí misma, sino que existía como un potencial de confusión y desorden en una sexualidad indivisa” (1). En tanto la sodomía tenía estas características era objeto de denuncias horrorosas, pero no por su distancia del comportamiento que hoy denominaríamos heterosexual, sino de la misma manera en que se castigaría cualquier tipo de actividad sexual no reproductiva (la masturbación, la satisfacción sexual de un hombre al abrazar a una mujer,…). "La barrera entre el comportamiento heterosexual y homosexual... en la práctica era vaga e imprecisa" (2) . La sodomía aparece pues como un "pecado de la carne", junto con los delitos contra la castidad tales como el incesto y el adulterio: "...el hombre casado que haya tenido este tipo de desviación una o dos veces, cumplirá diez años de penitencia, el primero a pan y agua; si se ha convertido en costumbre, doce años; si ha sido cometido con el hermano, quince años" (3).
Cualquier persona podía cometer este pecado, no existían individuos con determinada personalidad especialmente proclives a este deseo en particular. Esto implica que las relaciones entre personas del mismo sexo no se ven como conductas que tienen consecuencias en la vida del individuo en general, más allá de lo sexual. La actividad sexual, era una actividad pecaminosa, pero se hallaba desvinculada del resto de la actividad humana, no la determinaba.
2. Surgimiento de la homosexualidad
Desde el siglo XVIII se insinúa un cambio en cuanto a como se pensaran los comportamientos sexuales no reproductivos. “Se le estaba quitando a la sodomía el estrecho corsé teológico-moral en el que había sido encerrada… lo que no significó ni una nueva comprensión del fenómeno en términos más liberales, ni el anuncio del final de la represión: la sodomía fue simplemente integrada de otra manera, más fina y diferenciada, en el discurso de los poderes sobre el sexo" (4) .
Hacia mediados del siglo XIX, cuando la medicina, la psiquiatría y la psicología empiezan a constituirse como disciplinas independientes que cobran fuerza en detrimiento de otros saberes y disciplinas, se produce una categorización de los comportamientos sexuales en la cual todos los comportamientos no-reproductivos son vistos como problemas físicos o mentales y ya no serán pecados como lo habían sido hasta entonces.
Se establece una asociación entre conducta sexual y conducta no sexual -donde la primera determina a la segunda-. Todas las caracterizaciones que se establecieron de las conductas sexuales mostraban un tipo particular de relación entre la sexualidad y el resto de la vida del individuo. Tal conducta "desviada" tendría tales consecuencias comportamentales, también "desviadas", y tales consecuencias sociales: "... lo que el individuo hacía ahora (cuando practicaba una conducta sexual "desviada") era algo más que infringir las leyes divinas; también determinaba qué tipo de individuo era. El deseo era una fuerza poderosa, existente antes del individuo, capaz de destrozar su débil organismo con fantasías y distracciones que amenazaban su individualidad y su sano juicio. De ahí nació una fuerte tradición de ver en los inocuos goces de la masturbación la causa de defectos de carácter que iban desde la debilidad mental y la homosexualidad, a la pereza e incompetencia financiera, y, por lo tanto, al desorden social." (5)
Esta determinación de la vida del ser humano por su conducta sexual se manifestaba en cada una de las conductas "aberrantes". La homosexualidad no constituyó una excepción:
"La sodomía -la de los antiguos derechos civil y canónico- era un tipo de actos prohibidos; el autor no era más que un sujeto jurídico. El homosexual del siglo XIX ha llegado a ser un personaje: un pasado, una historia y una infancia, un carácter, una forma de vida; asimismo una morfología con una anatomía indiscreta y quizás misteriosa fisiología. Nada de lo que el es escapa a su sexualidad. Está presente en todo su ser: subyace en todas sus conductas puesto que constituye un principio insidioso e indefinidamente activo; inscrita sin pudor en su rostro y su cuerpo porque consiste en un secreto que siempre se traiciona. Le es consustancial, menos como un pecado en materia de costumbres que como una naturaleza singular.[...] El sodomita era un relapso, el homosexual es ahora una especie.” (6)
3. Y entonces llegó el género.
Hasta el siglo XVII existía un sólo sexo, el masculino, con una variable débil y decadente que se asociaría a la feminidad. Esta certeza era fruto de los estudios médicos de la época que creían en la existencia de una especie de órgano sexual universal que se representaba en forma U (derivando en masculino si estaba para afuera y en femenino si se encontraba hacia adentro). "Hasta entonces, el criterio que determinaba la feminidad o la masculinidad de una persona era la capacidad reproductiva y no se consideraba importante la morfología de los genitales" (7).
No existe un concepto moderno del sexo hasta que en el siglo XVIII la representación médica de la anatomía sexual produce la diferencia sexual entre el hombre y la mujer, de forma que la mujer, que hasta entonces no existía sino en relación con el hombre (como una ‘copia imperfecta’del mismo) adquiere a través del sexo una identidad propia.
Los psicoanalistas y psiquiatras, necesitaban no obstante un nuevo término para diferenciar el sexo físico del sexo psicológico: “Género es un término que tiene connotaciones psicológicas y culturales más que biológicas; si los términos adecuados para el sexo son varón y hembra, los correspondientes al género son masculino y femenino y estos últimos pueden ser bastante independientes del sexo biológico.” (8) El género surge, por tanto, al igual que el sexo, como una categoría dual, que sólo incluye hombres y mujeres.
Posteriormente el término género adquirirá un carácter sociológico con implicaciones muy diferentes al significado psicológico, llamando la atención sobre los aspectos socialmente construidos de las diferencias entre hombre y mujer.
Si partimos del supuesto que la socialización/educación es la que determina la identidad sexual, podemos entender “el concepto género como los roles y prescripciones asociadas, que las diferentes sociedades y culturas atribuyen a las mujeres y los hombres. Por ello, el sexo es independiente del género y que son la sociedad y la cultura las que lo determinan a través de la educación.” (9)
A un niño recién nacido no sólo se le clasifica inmediatamente según su sexo (‘es un niño’, ‘es una niña’ es la primera información que tenemos del neonato), sino que también se le asigna un género que va a condicionar su vida futura y va a poner de manifiesto la educación diferenciada que reciben hombres y mujeres. A partir de ahí, “incluso el más banal de los símbolos (la ropa) los diferencia: a las niñas se las viste de rosa (color asociado en nuestra cultura a los afectos) y a los niños de azul (asociado al trabajo)” (10). Son las actitudes de los mayores hacia el bebé las que van formando su identidad de género como un proceso de aprendizaje. Este proceso de socialización (enseñanza y aprendizaje de situaciones que identifican e integran a la gente dentro de los ‘roles’ de género asignados), se da, básicamente, en pequeños grupos como la familia o la escuela, pero los modelos para la socialización son dados por la cultura. Así, mucho de lo que las personas piensan que forma parte de un comportamiento, intrínsecamente, masculino o femenino está histórica, social y culturalmente construido: “los dispositivos institucionales de poder de la modernidad (desde la medicina al sistema educativo, pasando por las instituciones jurídicas o la industria cultural) han trabajado unánimemente en la construcción de un régimen específico de construcción de la diferencia sexual y de género. Un régimen en el que la normalidad (lo natural) estaría representado por lo masculino y lo femenino, mientras otras identidades sexuales (transgéneros, transexuales, discapacitados,...) no serían más que la excepción, el error o el fallo, monstruoso que confirma la regla” (11).
Tenemos ya pues las convenciones y/o significados con los que el orden social sustenta la identidad humana, ordenada en tres niveles (a base de estereotipos o modelos artificiales para cada uno de ellos) : en primer lugar el que se relaciona con el sexo biológico, más fácil de definir porque se centra en lo estrictamente físico, en los genitales, en nuestras capacidades reproductoras (hombre o mujer) ; en segundo, el que lo hace con el género psicológico y social (masculino o femenino); en tercer lugar, el que se vincula con la orientación del deseo sexual (heterosexual, homosexual, bisexual).
Generalmente estos tres niveles se identifican y se confunden. Sin embargo, no existe una relación unívoca entre los tres aspectos mencionados.
1. D’Emilio, John. Making Trouble. Essays on gay history, politics, and the University. Laertes. New York and London. 1992. pág. 102.
2. D’Emilio, John. op. cit. pág. 102.
3. Pognon, Edmound. La vida cotidiana en el año 1000. Colección Historia. Ediciones Temas de Hoy. Madrid. 1991. Pág. 1472. D’Emilio, John. op. cit. pág. 102.
4. Carrasco, Rafael. Inquisición y Represión sexual en Valencia. Historia de los Sodomitas (1565-1785). Alertes. Barcelona. 1985. Pág. 84.
5. Weeks, Jeffrey. El malestar de la sexualidad. Significados, mitos y sexualidades modernas . Talasa ediciones. Madrid.1993 [orig. 1985]. Pág. 115.
6. Foucault, Michel.. Historia de la sexualidad. Volumen I. Siglo XXI. Buenos Aires. 1977. Pág. 56-57.
7. Preciado, Beatriz. Durante la dirección y participación en el Seminario llevado a cabo en Sevilla sobre: Retóricas del Género / Políticas De Identidad: Performance, Performatividad Y Prótesis. Referencias en www.uia.es/artpen/estetica/estetica01/frame.html.
8. Stoller, Robert. Sex and Gender. New York :Science House. 1968.
9 .Oackley, Ann. La mujer discriminada. Biología y Sociedad. (Traducción de Sex, Gender and Society, 1972) Editorial Debate. Madrid. 1977.
10.Diego, Estrella de. El Andrógino Sexuado. Visor. Madrid. 1992.
11.Preciado, Beatriz. op.cit.
Tienes razón. Hoy en día hay mucha confesión a lo que respecta la homosexualidad de hoy con la de épocas pasadas.
ResponderEliminarA veces, creo que no conviene aclaralas. Es mejor que el pueblo llano siga confundido.
Buen artículo,
Enhorabuena.
Miguel