Cognitio matutina como conocimiento del despertar. Punto de unión entre luz y sombra en el que los sueños dan paso a la conciencia y las necesidades primarias dionisiacas desarrolladas en el durmiente ceden ante el control apolíneo del que despierta.
Lo sublime y lo perverso quedan emparentados, interrelacionados. Se alían y complementan como el día y la noche, como la vida y la muerte. Es el momento en el que el blanco y el negro dejan de ser enemigos. La recortada silueta de la sombra se adhiere al cuerpo como una segunda piel, acompañándolo como elemento integrador de figura y fondo, de veladuras y opacidades. Sombra que envuelve la luminosidad de un cuerpo que llena el lienzo en su totalidad como protagonista indiscutible de la obra. Sombra y piel. Piel y lienzo.
El cuerpo se muestra al desnudo, al descubierto, a la vista de todos, despojado de vestido que lo cubra o adorne. Se libera de ese artificio llamado identidad, disfraz con el que, en función de un papel-guión aprehendido (mejor o peor ensayado), navegamos en ese gran teatro que es la vida en sociedad.
El lienzo queda libre así del peso de los simulacros y las normas que rigen el artificio social en que vivimos. El tiempo se detiene, petrificado en un cuerpo que, suspendido, no puede caer. Homúnculo encapsulado en su propia ingravidez como silencio y calma del despertar.
14/9/09
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