15/9/09

Orfeo (1996).

Orfeo es un título que se ha ido repitiendo en mi trayectoria artística (especialmente en los comienzos) por diferentes motivos.

Inicié una serie de fotografías sobre mí mismo, proyectando una serie de diapositivas sobre mi cuerpo, sobre mi rostro. No había nada prefijado. Se trataba de un juego de duplicidad: modelo y fotógrafo, objeto y sujeto, sujeto y cámara. Me encontraba delante de la cámara y, a la vez, tras ella e iba realizando una serie de fotografías imaginarias que adivinaba, que intuía.

La oscuridad me envuelve. La luz del proyector -cálida y tenue- provoca no obstante una dura sombra sobre la loneta blanca que me sirve de fondo. Descubro mi sombra y con ella mi cuerpo.
La imagen de la diapositiva se deposita sobre mi piel, siento como me tatúa, como recorre las diferentes partes de mi cuerpo. A medida que avanzo, retrocedo, giro,… la imagen se deforma, sigue mis curvas, mi pecho, mi espalda,… Todo mi cuerpo le pertenece. La imagen proyectada es mi dueña. Le pertenezco como el camaleón al espacio que le envuelve y protege.

Abandono la realidad y poco a poco me transformo en imagen. Me dejo llevar, envuelto por la magia y el misterio, apreto el puño contra mi pecho y consigo gritar.

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