El cuerpo es rico en asociaciones y cuando se convierte en arte, esas asociaciones no se pierden por completo, no pueden quedar ocultas. Es imposible que un desnudo no despierte en el espectador algún vestigio de sentimiento erótico y/o sexual. No podemos evitarlo, mientras exista ropa, mientas halla pudor… también habrá tentación y deseo. El cuerpo humano desnudo es en sí mismo un objeto en el que la vista se detiene con agrado y que nos complace ver representado.
En un desnudo integral masculino, a diferencia del femenino, los genitales son más que visibles y cobran un protagonismo desproporcionado aunque ni siquiera se muestren en erección. El arte occidental nunca ha llegado a una convención satisfactoria sobre el modo de tratarlos. Desde los griegos y el clasicismo, que optaron por reducir su tamaño con relación al cuerpo, los genitales han sido exiliados, desdibujados, o bien han quedado ocultos tras estudiadas poses, zonas de penumbra, estratégicas telas o convencionales hojas de parra,… que solo acentuaban el hecho de ocultar algo, en lugar de conseguir que pasara desapercibido.
Hoy en día los espectáculos de striptease se han normalizado (incluso los masculinos) e Internet ha liberado el impulso exhibicionista de los internautas (especialmente entre los varones). Las imágenes de hombres que voluntariamente muestran su genitalidad hace que cualquier posible impacto, escándalo o trasgresión a través del sexo quede desterrado del panorama artístico actual.
No es necesario mostrar enormes penes erectos para hablar de sexo. La exageración y el escándalo solo contribuyen a mitificar su artificialidad. El sexo no es algo ajeno a nosotros, forma parte de nuestro cuerpo, de nuestra vida. No es algo oscuro y terrible pero tampoco es el centro de nada.
El sexo está en la mirada del observador. No es necesario mostrar genitales para hacerlo presente, pero si es necesario mostrarlos para naturalizarlos.
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