El cuerpo humano es una imagen social. Las sociedades tradicionales se basan en la idea de un precedente recibido de los padres y de un proyecto a transmitir a los hijos: el presente no existe. El sacrificio o renuncia a la vida en función de lo venidero es la norma. En contraposición, en los sistemas temporales no existe renuncia alguna.
En la sociedad contemporánea ambos sistemas cohabitan en un permanente conflicto. De ahí que el cuerpo pueda ser bien medio o instrumento, bien objetivo o fin. Cuerpo como máquina de hueso y carne, como fuerza productiva obediente y rentable, frente al actual proceso de
egotización de la vivencia corporal. Narcisismo controlado por un sistema que lo modela como objeto de consumo en función de unos cánones de juventud y belleza.
Ya no se desprecia el saco de piel que encierra el alma como prisión. Ahora se estira en busca de una eterna juventud. La
sumisión del cuerpo se ha transformado en una
sumisión al cuerpo, en un ritual de culto, adoración e incluso de transformaciones en busca de la imagen perfecta.
La belleza también responde a un ideario social pero está llena de subjetividades (gusto, agrado, deseo y atracción). La belleza que pinto y muestro va más allá de la edad, la moda, el gimnasio, los anabolizantes y la silicona. Será pues el espectador quien determine o no, en función de sus modelos o preferencias, si este es el buen cuerpo o es el malo, si es demasiado o no lo bastante.
Mostrar cuerpos anoréxicos u obesos para criticar los modelos corporales que marca la sociedad no plantea solución alguna. Son situaciones extremas que critican el exceso, no los modelos. Más interesante resulta exhibir la hermosura de un cuerpo no prototípico. Si llegamos a apreciar la belleza fuera de los cánones actuales de juventud y tallas, estaremos más cerca de la solución.