He asumido una nueva identidad (gay), me he liberado de complejos y, sin embargo… me siento tan vacío.
Basar mi identidad en mi sexualidad me ha permitido avanzar, reconociendo y aceptando mis deseos, encontrando un ambiente en el que encajar, al que pertenecer, pero… ¿realmente pertenezco a este mundo?
El mundo gay es atractivo pero no deja de ser un simple invento, un entorno artificial. Chueca ha cambiado. Aquellos bares a puerta cerrada se han abierto. Han surgido multitud de espacios abiertos, visibles, pero estereotipados. El mundo de la licra y del gimnasio ha vencido. Todo es imagen y… dinero. Vivo al lado de este paraíso ideal prefabricado y sin embargo me siento tan lejos.
Nuevas dudas surgen y ante ellas, sigo solo y en conflicto. Había reconocido una identidad gay que no me pertenecía… Pierdo referencias. Surge la apatía y, con ella un nuevo encierro que sólo abandono en momentos puntuales, en busca de cuerpos… pero no de individuos.
Necesitaba un poco de aire, necesitaba salir del lienzo, del corsé identitario que me oprimía. Era como un regreso al origen, al punto de partida. Si mi sexualidad es simplemente una cualidad, un gusto, cualquier identidad basada en esta sexualidad será un artificio, será solamente una imagen.
Blanco como base, blanco como comienzo, blanco como pigmento y… blanco como luz (luz difusa, sin sombras, que acentúa la artificialidad y atemporalidad de la escena -su dramatismo, su vacuidad-).
Si aceptamos participar de esta ficción , nuestra actuación/vida será también puro artificio, reforzando así que el concepto de identidad no sea más que una pura invención.
Ser consciente del artificio en que vives es mucho más que triste, es desesperante. Saber que vives en una burbuja te hace consciente de tu fragilidad. La posible caída te acobarda pero... es necesaria e inevitable.
7/5/10
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